martes, 7 de enero de 2014

Porque siempre dejas la luz encendida.




Es tu silencio el que me ahoga,
poco a poco.
Sufriendo cada minuto de tu ausencia,
en plena lucha por seguir erguido,
acabo arrodillado.
Apoyo mis brazos en un barro mojado,
mientras la incesante lluvia empapa mi alma.
Respiro hondo,
cierro ojos y puños,
aprieto los dientes,
y vuelvo a mirarte.
Una vez más, 
la luz,
esa luz...
que sólo tú creas en mí,
aún en el vacío,
en el no tú, 
en el nada, 
luz en el triste devenir de circunstancias vacías,
esa luz... 
que ausente provoca heridas,
delirios y gente gris.
Esa luz...
¡arriba!
no merece rendición.





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